8.TENDER LA URDIMBRE.                                El parto es una cuestión de poder

 I congreso Internacional de Parto y Nacimiento en Casa. Jerez, Octubre de 2000.

CASILDA RODRIGAÑEZ BUSTOS

"Con frecuencia se utiliza una metáfora para hablar de las relaciones que establecen los seres humanos y se dice que conforman la tela de la sociedad. En virtud del papel que ha desempeñado la mujer […] podríamos decir que es la urdimbre o recto del hilo; el conjunto de hilos paralelos que se colocan en el telar para empezar la tela. Es el primer paso del proceso, sin el que no podrían darse los demás. Por otra parte es la dirección del tejido que posee mayor resistencia […] El hombre al entrar en relaciones específicas con la mujer, conforma la trama. La tela entones, es una función de enlace correcto de urdimbre y trama, estructura que es producto de la inserción de una dirección en la otra." Marta Moia, "El no de las niñas"


Adan y Eva recibiendo la maldición de Yahvé que los expulsó del paraiso.
Adan y Eva recibiendo la maldición de Yahvé que los expulsó del paraiso.

Introducción

"La primera duda sobre el parto, es decir, sobre todo lo que normalmente se asocia a un parto: dolor, dificultades y riesgos diversos, médicos, controles de embarazo, quirófanos y salas de parto, llanto y reanimación de bebés, etc., nos alcanzó al darnos cuenta de que la Biblia dice a la mujer ‘parirás con dolor’, en tiempo futuro; es decir, que de algún modo también se dice que no había sido así en el pasado ni lo era, al menos de forma generalizada, en aquel presente, hacia el 2.000-2.500 a.c.

Podemos ya datar el comienzo del parto con dolor y del nacer sufriendo, porque desde hace unas décadas estamos presenciando los efectos de la llamada ‘revolución arqueológica’ (1) que comienza después de la II Guerra Mundial. Se trata del desenterramiento físico de la sociedad PRE-patriarcal, que los padres de nuestra civilización habían conseguido mantener oculta para la gran mayoría. Este desenterramiento físico nos está desvelando la verdad histórica que yace oculta en los mitos sobre nuestros orígenes divulgados por las diferentes culturas y religiones. Mitos que en general han manipulado y cambiado el sentido de los grandes cambios sociales, guerras y acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de 3.000 años de transición y consolidación de la sociedad patriarcal, con el objetivo de borrar de la memoria y de la imaginación el modo de vida anterior.

 

La duda suscitada por el ‘parirás con dolor’ se convirtió en legítima sospecha cuando leímos a Bartolomé de las Casas (2) quien, entre otras cosas interesantes, dice que las mujeres del Caribe de hace 500 años parían sin dolor -la generalización del patriarcado no alcanzó aquellas islas hasta la llegada de la expedición de Colón-.

 

Voy a tratar de explicar brevemente las dos grandes interrogantes que esto, el que se pueda parir y nacer sin sufrimiento, nos plantea: el cómo y el por qué. El cómo fisiológicamente puede haber esa diferencia abismal en los partos, y el por qué se produjo el cambio.

 

FOLIL. Oleo de Paz Treuquil.
FOLIL. Oleo de Paz Treuquil.

Parir y nacer sin dolor es posible (3)

La diferencia entre un parto y un nacimiento con dolor o con placer creemos que reside en la sexualidad y en el deseo sexual de la mujer. Si se trata de una mujer que ha desarrollado su sexualidad desde la infancia, y su cervix se abre en un proceso de excitación sexual, o si se abre sin ese proceso. Esta afirmación requiere entender lo que es el útero:

El útero es una bolsa de tejido muscular de fibra lisa y de fibra estriada, con una puerta de salida que puede cerrarse herméticamente y abrirse hasta los famosos diez cm. para que salga el bebé. La bolsa uterina integrada en el cuerpo de la madre fue un gran invento evolutivo que resolvió de forma prodigiosa la contradicción entre la consistencia del envoltorio protector para que crezca el embrión, y su salida al llegar a término. Pues el tejido muscular es fuerte y al mismo tiempo elástico y flexible; elástico para albergar a la criatura según va creciendo, fuerte para apretar las fibras musculares del cuello y aguantar 10 ó 12 Kg.. de peso contra la fuerza de la gravedad (somos mamíferas que adquirimos la posición erecta, dejando el orificio de salida a merced de la gravedad), y flexible para la total relajación y apertura de la salida. Y todo esto con un dispositivo de cierre y apertura que se activa mediante las conexiones neuromusculares y la sexualidad de la mujer. Este dispositivo de apertura no es otra cosa que el orgasmo y el proceso de excitación previa, pues no es el dolor, sino el placer, como decía Ola Raknes (4), lo que hace rodar la rueda de la vida. El Poder ha creado el Valle de Lágrimas, pero la vida es el Jardín del Edén.

Veamos cómo van encajando las piezas del puzzle: sabemos que la oxitocina que se inyecta en vena para provocar o acelerar un parto, es la misma hormona que segregamos durante la excitación sexual. Sabemos (Masters y Johnsons (5)) que en todo orgasmo femenino se producen contracciones uterinas. También, según, la sexóloga y psicoanalista Maryse de Choisy (6), que el verdadero orgasmo femenino es cérvico-uterino, al menos en su origen. Quizá no lo hayan relacionado con el parto, pero en zonas remotas de Arabia Saudita, la mujer que está de parto se ve rodeada de mujeres que bailan la danza del vientre, “hipnotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él” (7). Y las mujeres de la India visualizan e imaginan pétalos de loto desplegándose para favorecer la apertura del cervix. (7)

Detrás de la famosa ‘danza del vientre’, está, aunque nos la hayan ocultado, la danza del útero.

 

Hay diferentes testimonios escritos de la Antigüedad, que hablan de úteros que se movían. Platón decía que el útero era un animal que vagaba por el cuerpo de la mujer y que se enojaba cuando estaba insatisfecho; en el Corpus hipocrático del siglo IV a.c. se menciona varias veces el ‘vientre errante’ de las mujeres. Areteo de Capadacia en el siglo II escribió que el vientre de la mujer ‘es un animal dentro de un animal’ porque vaga por su cuerpo (8).

 

En la Grecia clásica se asociaba el desplazamiento hacia arriba del útero con los trastornos nerviosos o ‘histéricos’ (ya sabemos que histeria viene de hysteron, útero), y trataban de curar la enfermedad y de mover el útero aplicando olores tóxicos en la boca y la nariz (9).

 

El útero se representaba con un pez en el expresivo arte neolítico de la Vieja Europa (1), dedicado no a la manipulación sino a la recreación de la vida; y hay imágenes de mujeres con un pez dibujado en el vientre; el mismo útero se representaba por todas partes, en las cenefas y frisos; su repetición rítmica, en serie, entre huevos y espirales, etc. representaban la evolución y la generación periódica de la vida. Y el movimiento erótico de la mujer con ondas serpenteantes sobre sus cuerpos o que salían de los pechos y del útero (XI). Durante al menos 5 milenios fue el útero y no el corazón el símbolo del amor y de la vida, representado en todo tipo de objetos; al igual que la serpiente, símbolo aún más generalizado de ese movimiento erótico, de la sexualidad de la mujer, durante varios milenios de civilización no patriarcal. Han habido muchas otras representaciones simbólicas del útero y de la sexualidad de la mujer desconocida en nuestro mundo, que no podemos detallar aquí.

PULIWEN. Oleo de Paz Treuquil
PULIWEN. Oleo de Paz Treuquil

Sabemos que cuando la mujer se excita sexualmente, el útero empieza a latir, como un corazón, pero un poco más lentamente; como una ameba que se contrae y se expande, como el latido del cuerpo de una rana (los Taironas representaban el útero con una rana (10). En cada latido, el útero también se extiende y desciende, como un movimiento ameboide, hasta hacerse incluso visible desde el exterior en estado de excitación fuerte. Por eso en la Grecia clásica la mujer frígida era la mujer que tenía el útero arrinconado arriba. Este palpitar del útero no son sino los movimientos rítmicos de su tejido muscular impulsado por la emoción erótica; lo que desde nuestra perspectiva patriarcal que ha eliminado el deseo de la función reproductora, llamamos ‘contracciones. La emoción erótica es la que hace palpitar el útero de modo placentero; y cuando la mujer recupera la sensibilidad y se restablece la unidad psicosomática útero-conciencia, como dice Merelo Barberá, (3) puede consciente o semi-inconscientemente acompañar ese movimiento, pues el útero también tiene conexiones neuromusculares con el sistema nervioso voluntario y el neocortex. Dejándonos llevar por la emoción erótica, las mujeres podemos, al igual que otras hembras mamíferas, ‘empujar’ los músculos uterinos, en el momento de la diástole de su latido, ampliando su onda expansiva, meciéndonos en la ola de placer, al mismo tiempo que mecemos a la criatura. Y sabemos que cuando el latido se convierte en las contracciones violentas de nuestros partos dolorosos, no solo las sufrimos nosotras, también la criatura las sufre (11).

 

El nacimiento es un acto sexual que se realizaría con la máxima gratificación del placer si la sexualidad de la mujer que pare no estuviese destruida. Incluso en nuestra sociedad, los que han investigado un poco el tema han censado una tasa de partos orgásmicos, mucho más elevada de lo que nos podemos imaginar (12), muchos de ellos dolorosos y orgásmicos al mismo tiempo.

 

Hay unos versos mesopotámicos, de los tiempos anteriores a la esclavitud de la mujer que dicen: Ninsurga, la gran madre, contrae la matriz y desencadena el parto (13). Esto nos da a entender que, con una sexualidad recuperada, la mujer podría incluso inducir, o contribuir voluntariamente a la inducción del parto. Por cierto que Ninsurga, también llamada ‘Nintur’ era conocida como ‘la señora de la cabaña del nacimiento -o paridera’ y como ‘la señora del útero’.

En su último libro Frederik Leboyer (15) afirma:

 

¿Que hace sufrir a la mujer que da a luz? … la mujer sufre debido a las contracciones… unas contracciones que no acaban nunca y que hacen un daño atroz, ¡pero son calambres! todo lo contrario de las ‘contracciones adecuadas’. ¿Qué es un calambre? Una contracción que no cesa, que se crispa y se niega a soltar su presa y, por lo tanto, no ‘afloja su garra’ para transformarse en su contrario: la relajación en la que normalmente desemboca. En otras palabras, lo que hasta ahora se había tomado por contracciones ‘adecuadas’ eran contracciones altamente patológicas y de la peor calidad. ¡Qué sorpresa! ¡Qué revelación! ¡Qué revolución en ciernes!.

 

Efectivamente, es una revolución, una revolución calostral como dice Michel Odent (16) porque la recuperación del parto y de la extero gestación son una misma revolución contra las bases mismas del Poder.

El parto duele porque los músculos que no se usan se atrofian y se agarrotan, y porque duele extender un músculo rígido, semiatrofiado. Sabemos que cuando los músculos quedan inmovilizados durante un tiempo por una escayola, necesitan ejercicios de rehabilitación para recuperar su elasticidad y su funcionalidad. Imaginemos lo que sería recuperar la elasticidad de un brazo de una persona adulta que ha permanecido inmovilizado toda su vida; imaginémoslo y desaparecerá la perplejidad que nos produce hoy el hecho de que se pueda parir con placer y de que pueda haber tanta diferencia entre una y otra clase de partos. Y si además tenemos en cuenta la conjunción de la inmovilización del útero con los factores del miedo y de la ignorancia, tendremos la explicación de por qué el ‘parirás con dolor’ es una ley que ha quedado ‘atada y bien atada’ por el Poder. Pues en cambio sí que se cuidan muy bien de que ignoremos todo sobre nuestra sexualidad y de que estemos bien informadas del dolor de los calambres del parto. Porque el miedo que se añade a la situación descrita, nos hace contraer los músculos en lugar de relajarlos y extenderlos, actuando en contra de la fisiología del parto; así nadamos en contra de las olas en lugar de a favor de ellas.

 

Tan rígido y contraído está el útero de una niña cuando llega a la adolescencia, que hasta la mínima apertura del cervix para la menstruación produce fuerte dolor. Pero el útero es recuperable y sabemos de jóvenes que tenían reglas muy dolorosas, que han dejado de tenerlas después de adquirir conciencia de su útero, visualizándolo, sintiéndolo y relajándolo.

 

El útero es el centro del esqueleto erógeno de la mujer. Filogenéticamente está preparado para funcionar produciendo placer y no dolor, lo mismo que está filogenéticamente previsto que el coito sea placentero. Lo que no está filogenéticamente previsto son las violaciones, es decir, las relaciones de Poder de nuestra sociedad que obliga a hacer funcionar el aparato reproductor de la mujer sin deseo y sin proceso de excitación sexual. Como tampoco está previsto filogenéticamente, en el continua de la especie humana, que una mujer se haga adulta sin desarrollar su sexualidad.

 

En resumidas cuentas, desde nuestro punto de vista, el ‘parirás con dolor’ [el ‘no usarás tu útero’] es el correlato de la destrucción de la sexualidad de la mujer, hecho histórico que comienza con la nueva era de jerarquización y de relaciones de Poder de un sexo sobre otro, y que se consolida paralelamente a la consolidación y generalización de la sociedad patriarcal. Este hecho histórico ha sido en cierto modo reconocido incluso por el mismo Freud cuando afirma que ‘el continente negro’, la sexualidad desconocida de la mujer, tenía que haber sido objeto de una represión específica, remota y particularmente inexorable (17).

 

 

¿Por qué necesita el poder que el parto y el nacimiento sean dolorosos?

 

¿Por qué le estorba al Poder la sexualidad femenina? ¿Por qué necesita que el parto y el nacimiento sean dolorosos, y cómo consiguieron que fueran así?

FLOR DE LECHE. Oleo de Paz Treuquil.
FLOR DE LECHE. Oleo de Paz Treuquil.

La respuesta es: por la cualidad específica de la líbido materna y su función en la vida humana autorregulada, tanto en el desarrollo individual de cada criatura humana, como en las relaciones sociales, en la formación social. Vamos a tratar de verlo más despacio:

 

Las producciones libidinales se producen en general para la autorregulación de la vida y para su conservación. La sensación de bienestar que producen sus derramamientos y acoplamientos es la guía -como antiguamente lo era la estrella polar para los navegantes- de que todo está funcionando armónicamente, que todo va bien. La líbido femenino-materna se sitúa precisamente en el principio, para acompañar la aparición de cada ser humano, y es imprescindible para que el desarrollo de cada criatura sea conforme a su condición y al continuo humano; para producir el bienestar y la autorregulación de la vida.

 

En todos los mamíferos hay un ‘imprinting’ o atracción mutua entre la madre y el cachorro, pero en la especie humana, que somos una especie neoténica con un prolongado periodo de exterogestación y no sólo de crianza, este ‘imprinting’ se produce con una enorme producción libidinal para sustentar todo ese periodo de Inter.-dependencia. Como dice Balint (18) se trata de un estado de simbiosis (y no una serie de acoplamientos puntuales) entre madre-criatura que necesariamente implica la mayor catexia libidinal de toda nuestras vidas.

 

Esta especialmente fuerte catexia libidinal, para contrarrestar el fenómeno neoténico y asegurar la supervivencia, explica el que las mujeres fueran las primeras artesanas y agricultoras, y el origen de la civilización humana, según informa ya la antropología académica. (19)

 

Porque la cualidad específica de la líbido materna es el devenir pasión irrefrenable por cuidar de la pequeña criatura (que es, por otro lado, quien la ha inducido); por alimentarla, protegerla de la intemperie, del frío y de la sequías, para darla bienestar; esta pasión desarrolló la imaginación y la creatividad de las mujeres para recolectar, hilar, tejer, hacer abrigos, conservar y condimentar alimentos, hacer cacharros con barro, etc. etc.. Es la condición misma, la cualidad del deseo y de la emoción materna, que para ese cuidado de la vida mana de los cuerpos maternos. Cualquier invento de amor espiritual no es sino una mala copia, un pálido reflejo de la intensidad, de la pasión y de la identificación absoluta del cuerpo a cuerpo madre-criatura. Y esta cualidad específica de la líbido materna, no es una casualidad ni una arbitrariedad. El cuerpo materno durante la exterogestación es nuestro nexo de unión con el resto del mundo durante la etapa primal, porque desde ese estado de simbiosis se pueden reconocer nuestros deseos y necesidades; a la vez que ese estado potencia las facultades y energías necesarias para satisfacerlas.

MADRES SALVAJES. Oleo de Paz Treuquil.
MADRES SALVAJES. Oleo de Paz Treuquil.

Ahora bien, nuestra sociedad actual no tiene nada que ver con la vida humana autorregulada; desde hace 5000 años vivimos en una sociedad que no está constituida para realizar el bienestar de sus componentes sino para realizar el Poder. Y por eso al Poder le estorba la sexualidad de la mujer, los cuerpos de mujeres que secretan líbido maternal.

Porque una sociedad con cuerpos femeninos productores de líbido materna es incompatible con todo el proceso cotidiano de represión que implica la educación de niños y niñas en esta sociedad. La socialización patriarcal exige que la criatura se críe en un estado de necesidad y de miedo; que haya conocido el hambre, el dolor y sobre todo el miedo a la muerte por abandono, que es lo que psicosomáticamente percibe cualquier cachorro de mamífero cuando se rompe la simbiosis. Por eso la sociedad patriarcal se ha ocupado a lo largo de estos milenios de romper la simbiosis madre-criatura (Michel Odent) (16), para que nada más nacer la criatura se encuentre en medio de un desierto afectivo, de la asepsia libidinal, y de todo tipo de carencias físicas, para las que su cuerpo no estaba preparado. Desde este estado, que es el opuesto al de la simbiosis, se organiza su supervivencia a cambio de su sumisión a las normativas previstas por la sociedad adulta, a cambio de ser ‘un niño@ buen@’, es decir, que no llora aunque este sólo@ en la cuna, que come lo que decide la autoridad competente y no lo que la sabiduría de su organismo requiere; que duerme cuando conviene a nuestra autoridad y no cuando viene el sueño; que se traga en fin los propios deseos para, ante todo, obtener una aceptación de la propia existencia que ha sido cuestionada con la destrucción de la simbiosis; complaciendo a l@s adult@s y a nuestras descabelladas conductas, sometiéndose inocentemente a nuestro Poder fáctico, se acorazan, automatizan y asumen las conductas convenientes a esta sociedad de realización del Poder -llámese dinero etc.- Así comienza la pérdida de la sabiduría filogenética de 3600 millones de años y el acorazamiento psicosomático.

 

El acorazamiento tiene dos aspectos básicos:

1) La resignación ante el propio sufrimiento (condición emocional para la sumisión) y

2) La insensibilidad ante el sufrimiento ajeno (condición emocional para ejercer el Poder).

 

Es decir, que para sobrevivir en este mundo hay que congelar la sensibilidad emocional específica de las relaciones de ayuda mutua en la vida humana autorregulada: pérdida de la inocencia, pérdida de la confianza puesto que no hay reciprocidad: una congelación y un acorazamiento necesarios para luchar, competir e imponerse sobre el de al lado, en la guerra de conquista de posiciones, de escalada de peldaños, de expoliación y de acaparamiento; porque aunque sólo pretendamos sobrevivir, en este mundo para no carecer hay que poseer, y para poseer hay que de algún modo robar y devastar, y para devastar y robar hay que ser capaces ejercer la violencia contra nuestro@s hermano@s.

 

Para lograr este acorazamiento psicosomático en cada criatura humana individual, hombre o mujer, y el aprendizaje de las conductas y de las estrategias fratricidas y jerárquico-expansivas de realización del Poder -lo que eufemísticamente se llama educación-, se necesitan cuerpos de mujeres que engendren y paran sin desarrollo sexual y libidinal.

 

La represión del imprinting y la prohibición de mimar y complacer a las criaturas está por ejemplo muy claramente expuesta en diversos textos bíblicos: mima a tu hijo y verás lo que te espera, doblégale cuando aún es tierno, etc. etc.; y la rebelión contra el padre se castiga en la con la pena de muerte.

 

Veamos la función de la líbido materna desde la perspectiva de las relaciones sociales:
 
En 1861 Bachofen (20) escribió un libro en el que explica, basándose directamente en algunos autores de la Grecia antigua, la cualidad y la función social y civilizadora de la líbido maternal en las primeras sociedades humanas; lo que ahora ya la antropología con la nueva aportación de la ‘revolución arqueológica’ están confirmado; Bachofen dijo que la fraternidad, la paz, la armonía y el bienestar de aquellas sociedades del llamado Neolítico en la Vieja Europa, procedían de los cuerpos maternos, de lo maternal, del mundo de las madres. No de una religión de las Diosas ni de una organización política o social matriarcal, sino de los cuerpos maternos (21).

 

Es decir que aquella sociedad no provenía de las ideas o del mundo espiritual, sino de la sustancia emocional que fluía de los cuerpos físicos y que organizaba las relaciones humanas en función del bienestar; y de donde salían las energías que vertebraban los esfuerzos por cuidar de la vida humana.

MAIRU. Oleo de Paz treuquil.
MAIRU. Oleo de Paz treuquil.

Esta vertebración de las relaciones humanas desde lo maternal, lo explica así la antropóloga Martha Moia (22): el primer vínculo social estable de la especie humana… fue el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz… El vínculo original diádico madre/criatura se expande al agregarse otras mujeres… para ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida…unidas por una misma experiencia, formando lo que esta autora llama el ‘ginecogrupo’. En el ginecogrupo el vínculo más importante era el uterino, el haber compartido el mismo útero y los mismos pechos. Este es el origen del concepto de la fraternidad humana, que se ha sacado de sus raíces físicas y se ha elevado a lo sobrenatural, para corromperlo y prostituirlo. El vínculo uterino entre un hombre y una mujer era algo fundamental para la reproducción de las generaciones en un sociedad con sistema de identidad grupal, horizontal y no jerarquizada, sin concepto de propiedad ni de linaje individual-vertical; es decir, con conciencia de reproducción grupal. Por cierto, que todavía existen aldeas en rincones perdidos del mundo que continúan funcionando de este modo (23).

 

La díada madre-criatura y el despliegue de la líbido materna en los ginecogrupos creaba lo que Moia llama la urdimbre del tejido social, sobre la cual se entrecruzaba la actividad del hombre, la trama. Este encaje de urdimbre y trama daba como resultado ese tejido social de relaciones armónicas, por el que puede transcurrir la líbido autorreguladora sin bloqueos ni trabas; un campo social recorrido por el deseo productor de la abundancia y no de la carencia (24). La arqueología ha confirmado las relaciones armónicas entre los sexos y entre las generaciones de aquellas sociedades. (25)

 

Pues no estamos hablando de teorías abstractas: nos referimos a civilizaciones humanas que se han descubierto que existieron desde el 10.000 a.c., geográficamente ubicadas entre el sur de Polonia y el norte de África, y desde los Urales hasta la península Ibérica, que se sepa.

 

En cambio el tipo de sociedad esclavista que consiguieron imponer las oleadas de pastores seminómadas indoeuropeos que empezaron a asolar las antiguas aldeas y ciudades matrifocales, a partir del 4000 a.c., al principio esporádicamente, (26) no buscaban el bienestar y la armonía, sino la dominación para extraer, acaparar y acumular las producciones de la vida; es decir, crear Poder, a cualquier precio, con toda la violencia necesaria y con los quebrantamientos de la autorregulación de la vida que sus objetivos requirieran, con tal de sedimentar su Poder contra esta vida humana autorregulada. Para esto, para devastar, luchar, conquistar, matar, expoliar y acaparar se requiere un tejido social distinto del que se crea para el bienestar y conservación de la vida, partiendo de lo maternal. Un tejido de guerreros, de jefes de guerreros, de linajes de guerreros, de esclavos, de jefes de esclavos, de líneas de mandos, de mujeres disciplinadas y dispuestas a acorazar y adiestrar criaturas, es decir, de cambiar la maternidad por la construcción de los linajes verticales, y organizar la crianza de esos futuros guerreros dispuestos a matar y esclavos dispuestos a dedicar sus vidas a trabajar para los amos; mujeres enseñadas para enseñar a sus hijas a negar sus deseos, a paralizar sus úteros y a hacer lo mismo que ellas.

 

Es decir, una sociedad con madres patriarcales, que no son verdaderas madres sino un sucedáneo de madres, que no crían a su prole para el bienestar y para su integración en un tejido social de relaciones armónicas que ya no existen, sino para el de la guerra y la esclavitud. (27) Como dice Amparo Moreno sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas ‘lo que no debe ser’ desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y la canalice hacia ‘lo que debe ser’, no podría operar la ley del Padre que simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa ‘lo que debe ser’.(28)

 

Entonces tenemos que la destrucción de la maternidad no sólo destruye algo básico en el desarrollo físico y psíquico de cada criatura, sino también y correlativamente, lo básico de nuestra condición social y de nuestra sociedad.

 

Aquí no tenemos tiempo, pero esto se puede ver en el proceso histórico.

 

TOKI KURA. Oleo de Paz Treuquil.
TOKI KURA. Oleo de Paz Treuquil.

A lo largo de 3000 años tuvieron lugar guerras de devastación de las pacíficas ciudades y aldeas matrifocales, durante las que se exterminaron generaciones enteras de hombres que las protegieron con sus vidas; guerras durante la cuales se esclavizaron generaciones de mujeres que vivían plenamente su sexualidad y parían con placer; generaciones con las que ‘desapareció la paz sobre la tierra’ según expresión de Bachofen porque con ellas desapareció el tejido social, el espacio y el tiempo en el que la maternidad es posible.

 

Según Gerda Lerner (29), l@s niño@s fue la primera mano de obra esclavizada, por la facilidad de manejarlos y de explotarlos. A las mujeres de las aldeas conquistadas, se las mantenía vivas para la producción de mano de obra, montándolas y preñándolas como al ganado. Y así empezó la maternidad sin deseo, por la fuerza bruta.

 

La consolidación y generalización del patriarcado fue un proceso discontinuo y largo, que fueron no décadas, ni siglos, sino varios milenios. Tras las guerras venían las treguas, las fronteras, el rearme, la vida bajo la amenaza y la presión del enemigo, es decir, los periodos de guerra ‘fría’, durante los que se crean las formas de sumisión voluntaria de la mujer, producto de diferentes pactos, basadas en las incentivaciones sociales y en el chantaje emocional, pero también en la búsqueda de situaciones que fueran el menor mal posible para ellas y para las criaturas.


Además, la agresividad del guerrero o la docilidad del esclavo o de la esclava reside, desde luego, en que lo sea desde su más tierna infancia; pero también depende del arte de combinar el látigo y el hambre con incentivaciones, mitos engañosos y chantajes emocionales, de los que tenemos abundantes pruebas, no sólo arqueológicas, sino escritas, como el famoso Código de Hammurabi (30), rey de Mesopotamia en el 1800 a.c., en un estadio ya avanzado de la transición.

 

En los orígenes del patriarcado la paternidad era adoptiva, esto es, los primeros patriarcas adoptaban (31) a sus seguidores o filios entre los niños mejor educados y preparados para las guerras y el gobierno de los incipientes Estados, y las mujeres adquirían un rango en función del que adquirían sus hijos e hijas (esposas, concubinas, esclavas), de manera que incluso su supervivencia y la de sus criaturas dependían a menudo de su firmeza en el adiestramiento de éstas. Esto es un ejemplo de un tipo de incentivación que va conformando la madre patriarcal; la mujer que subordina el bienestar inmediato de sus hijo@s a su preparación para el futuro éxito social, en una sociedad jerarquizada y competitiva; y además que tiene su cuerpo disciplinado para limitar su líbido sexual a la complacencia falocrática.

 

Según se va desapareciendo la sexualidad específica de la mujer y se va consolidando la maternidad sin deseo y la madre patriarcal, se van institucionalizando formas de matrimonio, porque ya se puede predecir a priori que una muchacha será, como se suele decir, ‘una buena madre y una buena esposa’ y que criará a su prole de forma adecuada. En realidad, el matrimonio y la paternidad tal cual la conocemos hoy data del Imperio romano.

 

Entre los engaños míticos está la satanización de la sexualidad de la mujer. Como dice la Biblia: la maldad es por definición lo que mana del cuerpo de la mujer. “De los vestidos sale la polilla y del cuerpo de la mujer la maldad femenil”, dice la Biblia; y también que “ninguna maldad es comparable a la maldad de la mujer”. La mujer tiene que sentir vergüenza de su cuerpo incluso ante su marido, que debe cubrirse de velos, considerarse impura. Esto es una percepción efectivamente paralizante de los cuerpos. La mujer seductora y seducible, voluptuosa, sólo puede ser una puta y una zorra, absolutamente incompatible con una buena madre, cuyo paradigma es una virgen que engendra sin conocer varón y que tolera resignadamente la tortura y la muerte de su hijo en sacrificio al Padre.

 

Con las generaciones se va perdiendo la memoria sobre la otra manera de vivir y de parir, la otra percepción del cuerpo de la mujer, cuyo rastro, retrospectivamente, podemos encontrarlo en tres lugares: en el Hades (a donde enviaron lo que no debe ser y debe permanecer oculto), en el infierno (a donde va todo lo que es maligno), y también en lo más hondo de nuestro ser psicosomático.

 

La milenaria represión sexual de la mujer, acompañada de toda clase de torturas físicas y psíquicas, es algo relativamente bien conocido. Pero quizá no es igualmente sabido que esa represión ha tenido por objeto impedir que irrumpa nuestra sexualidad. Porque para que una mujer se preste voluntariamente a hacer de madre patriarcal, hay que eliminar la líbido materna, para lo cual hay que impedir el desarrollo de su sexualidad desde su infancia.

 

Así se consuma el matricidio histórico, somatizándose en el cuerpo de cada mujer generación tras generación. Como dice Amparo Moreno, cada vez que parimos, afirmamos la vida que no debe ser, bloqueamos la capacidad erótico-vital de la criatura, para a continuación adiestrarla de acuerdo con el orden establecido. (28).

 

Esta es la maldición de Yahvé: paralizar los úteros para paralizar la producción libidinal de la mujer, y cambiar el tejido social de la realización del bienestar por el tejido social de la dominación y de la jerarquía.

 

Tras la devastación de la sexualidad y la paralización del útero, se construye ‘el amor materno’ espiritual, destinado ante todo a neutralizar y reconducir las pulsiones y los deseos que puedan impedir la represión y el adiestramiento de las criaturas; y junto a ese ‘amor’, se construye la imagen de la madre abnegada y sacrificada, dedicada a la guerra doméstica de vencer la resistencia de las criaturas a formar parte de este tejido social. La ‘cualidad’ del ‘amor’ espiritual es la de neutralizar la compasión y el consentimiento que puedan irrumpir y agrietar las corazas, y que pueden llegar a hacer imposible la represión y el sacrificio de l@s hijo@s al Padre, al Espíritu Santo, al Capital, al Estado, al sistema de enseñanza obligatorio, etc. etc.

 

Porque, en cambio, el amor que nos sale de las vísceras, a diferencia del que dicen que sale del alma escondida tras los cuerpos acorazados, sólo sabe complacer y aplacer a los hijo@s y es incompatible con el sufrimiento y con la angustia que presiden su socialización en este mundo.

 

...Y que sea inimaginable (la desaparición de la serpiente)

Después de las guerras de devastación, ya constituida la sociedad patriarcal, siguió habiendo una dura y larga resistencia, durante la cual se siguieron exterminando a las mujeres que guardaban el rescoldo del antiguo modo de vida y de la otra sexualidad. Para justificar este holocausto, se creó la imagen de la ‘bruja’ que tiene trato con el demonio, que todavía perdura en nuestros días.

 

Pero la vida es como es, y no deja de serlo, a pesar y en contra del Poder. Y para impedir que nuestra sexualidad se desarrolle, además de silenciarla había que hacerla inimaginable, eliminando todo aquello que pudiera delatarla o aludir a su eventual existencia.

 

Por ello tuvieron que cambiar el significado de los símbolos de las culturas neolíticas, que habían estado durante milenios vinculados a nuestra sexualidad. Símbolos presentes en costumbres y objetos materiales de la vida cotidiana. Para conseguirlo se escribieron las historias y los mitos que cambiaron el significado y el sentido de aquellos símbolos (las grandes obras míticas, como la Biblia o la Iliada se escribieron en el siglo VIII a.c). El nuevo orden simbólico correlativo al nuevo orden social, proyecta en nuestra imaginación y en nuestro inconsciente el modelo de mujer patriarcal: una falsa percepción de nuestros cuerpos, con una orientación exclusivamente falocéntrica de nuestro anhelo emocional, que debe acompañar la relación de sumisión al hombre.

Este proceso de construcción del nuevo orden simbólico, se puede verificar siguiendo el rastro del que fue símbolo de nuestra sexualidad en casi todas las culturas: la serpiente.

 

La importancia y la omnipresencia de la imagen de la serpiente había sido correlativa a la importancia del despliegue de la líbido femenina. Hacer que la serpiente desapareciera era imposible. Por eso lo que hicieron fue eliminar su fuerza simbólica, que mantenía viva la memoria, el recuerdo y la posibilidad de imaginar otra forma de ser mujer.

 

Cambiaron su significado simbólico cambiando las historias míticas, y convirtiendo el movimiento ondulante de la serpiente en un símbolo de todos los males y de todos los demonios. También el asco que nos producen los reptiles, sus mucosas y sus pieles húmedas, es una construcción cultural paralela al asco y al pudor que sentimos hacia nuestros cuerpos y sus fluidos, y que tiene por objeto sacar de nuestra imaginación su sentido maternal y simbiótico.

 

El orden simbólico tiene que hacer a lo bueno, malo, y a lo malo, bueno.

 

Así, junto a la satanización de la sexualidad de la mujer, se sataniza también a la serpiente que pasa a ser el demonio del infierno judo-cristiano; y el infierno y el Hades pasaron a ser los lugares a donde va todo lo que no debe ser, por contraste de los cielos donde habitan los paradigmas de lo que debe ser; y el guardián del Hades en la mitología griega, fue el can Cerbero, hermano de la amazona Medusa, la de la cabellera de serpientes, que lleva también el lomo lleno de serpientes y su cola es una serpiente. La sirenas y las Nereidas que representaban la asociación de lo femenino con el agua, se convirtieron en monstruos marinos que atacaban a los héroes, como Escila que no deja a Ulises pasar por el estrecho de Mesina. Atenea, en un tiempo representada con serpientes (Fig.1), pasa a ser la diosa de la guerra (Fig 2), y las serpientes pasan simbólicamente a manos de Esculapio, dios, como no, de la Medicina (Fig 3), y de Hermes, dios de la fertilidad, de manera que la sexualidad femenina en vez de ser una emanación de la mujer para la autorregulación de la vida, pasa a ser algo administrado y gobernado por los dioses.

En todas las culturas aparece el héroe o el dios que desafía y mata la serpiente: Zeus mata a Tifón, Apolo a la Pitón, Hércules a la Hidra (Fig 4), Perseo a Medusa y Jasón vence al dragón que guardaba al vellocino; el dios mesopotámico Marduk mata a las serpientes de la diosa Tiamat, y el hindú Krisna a la serpiente-demonio Kaliya (Fig. 6). En las culturas cristianas, después del famoso y explícito mito del Génesis (“pondré enemistad entre ti y la serpiente”), la virgen María vuelve a aplastar a la serpiente (Fig. 7), San Jorge al dragón de Inglaterra (Fig. 8), San Patricio a la serpiente de Irlanda, San Miguel a diversos dragones…

 

Lo curioso es que en el cuadro del Museo del Prado que representa Apolo matando a Pitón, se indica que “simboliza el origen de nuestra civilización”. Siempre nos sorprendemos cuando descubrimos que ellos ya sabían estas cosas. Es la complicidad transgeneracional de los señores del Poder y de la Guerra.

 

Fijaros que la resistencia al orden patriarcal a lo largo de los siglos la delatan los mitos: porque la virgen María tiene que volver a aplastar a la serpiente que ya había sido enviada por Jehová al Infierno 2500 años antes. Y en la Edad Media, para hacer las naciones modernas y acabar con el relativo descontrol de las aldeas desperdigadas por la tierra, siguen haciendo falta mitologías con santos que matan a las serpientes locales: San Jorge en Inglaterra, San Patricio en Irlanda, pueblos en donde los campesinos celtas animados por los druidas conservaron durante mucho tiempo reductos de antiguos modos de vida.

 

Arturo es otro mito, en plena Edad Media que representa, al igual que Edipo, la tragedia de la transición. Arturo, no mata al dragón, sino que lo salva, y al principio llevaba su imagen en su estandarte porque era un caballero que defendía el antiguo modo de vida. Llevaba sendas serpientes tatuadas en ambas muñecas.

 

Junto al cambio de significado simbólico de la serpiente, está la inversión de lo que vale, del bien y del mal, y también, la significación de los que la matan: el héroe o el santo. Matando a la serpiente, el santo salva nuestras almas y el caballero o el príncipe azul, nuestros cuerpos.

 

Dice Robert Graves que muchas de estas historias son versiones falseadas de las originales; y asegura que las fábulas de las doncellas salvadas por héroes, que matan a los dragones o a los monstruos, sólo puede deberse a un error ‘iconotrópico’: porque la doncella o la princesa no es la futura víctima de la serpiente, sino que ella es quien ha sido encadenada por Bel, Marduk, Perseo o Hércules después de haber vencido éstos al monstruo que era una emanación de ellas.

 

Tender la urdimbre

He intentado explicar por qué el parto es una cuestión de Poder.

 

Parir con dolor no es una cuestión médica, ni una cuestión de la salud de nuestros cuerpos individuales. Recuperar el potencial sexual femenino y revitalizar nuestros úteros es una revolución social contra 5 milenios de cultura patriarcal, porque es una sociedad que no puede funcionar con cuerpos de mujeres que secreten líbido materna.

 

El malestar de nuestra cultura se debe a todo lo que desencadena la robotización de la función materna, al desquiciamiento de la sexualidad, las relaciones patológicas y el desierto afectivo que este desquiciamiento produce. Lo malo del chupete, por ejemplo, no es que el pezón sea de plástico, lo peor es el cuerpo que falta detrás del chupete. Lo peor es la orfandad, la falta de calidez (32). Este mundo es inhóspito, porque han matado a la madre y todos y todas somos huérfano@s (27), y por eso no nos podemos reconocer como hermano@s.

 

No debe extrañarnos que la lucha contra los hábitos y costumbres de la maternidad patriarcal encuentre tanta dificultad. Creo que para ir abriendo camino hay que poner en marcha la ayuda mutua práctica y cotidiana entre las mujeres; así como un nuevo tipo de relación entre hombres y mujeres que recupere el espacio y el tiempo de la maternidad. Pues nuestros cuerpos vivos sólo necesitan un poco de conciencia para desatar toda su potencia sexual, un caudal infinito latente de energía y pasión por el bienestar de los demás. (XXXIV) Sabemos que es destino de todos los cuerpos femeninos y masculinos, hacerse regazo y no coraza. Además están ahí nuestros hijos e hijas, nuestras criaturas, reclamando su derecho a tener madre, a nacer gozosamente y a encontrar un mundo donde vivir con calidez y armonía.

 

Hay que recuperar la transmisión por vía oral de la verdadera sabiduría de lo que es bueno y de lo que es malo; esta es una vía que es mucho más difícil de controlar y manipular para cambiar el significado de las cosas. Hay que correr la voz. Se acabó el acceso prohibido a la ciencia del bien y del mal. Se acabó el Hades y todo lo que allí ocultaron. Las mujeres tenemos que contarnos muchas cosas. De mujer a mujer, de mujer a niña, de madre a hija, de vientre a vientre.

 

Porque lo que se plantea no es una preparación al parto distinta, que comenzase con cada gestación. Es la recuperación de una sexualidad que debe impregnar todas nuestras vidas y las de nuestras hijas, desde pequeñas. Para parir con placer, hemos de empezar por explicar a nuestras hijas que tienen útero, que cuando se llenan de emoción y de amor, palpita con placer; recuperar las verdaderas danzas del vientre, para que cuando lleguen a la adolescencia no tengan reglas dolorosas, sino que se sientan en ese estado especial de bienestar similar al de la gravidez. Hemos de hacer hogueras para quemar los informes médicos del tipo del recientemente aparecido que afirma que la menstruación es una enfermedad y que hay que eliminarla tomando píldoras ininterrumpidamente (33).

 

Hemos de re-conquistar nuestros cuerpos y re-aprender a mecer nuestro útero, a conectar sus inervaciones voluntarias con las involuntarias; sentir su latido y acompasarlo con todo nuestro cuerpo. Que la exuberancia de nuestra plena sexualidad acabe con las contracciones dolorosas y sólo haya el movimiento palpitante de nuestros músculos relajados y vivos.

 

También tenemos que pedir a los hombres que no duden, como Arturo, y que no se quiten las serpientes de las muñecas, ni quiten el dragón de los estandartes. Hay que dejarse de rivalidades. Ni envidia del pene ni envidia del útero. La envidia es el correlato de la jerarquía. En la vida no hay jerarquía, hay fenómenos y funciones diversas. Ni el corazón tiene envidia del hígado, ni el sistema circulatorio es superior al digestivo, por decir algún ejemplo. La diversidad tienen que funcionar para que haya armonía, que no es ningún estado místico, sino la sensación de bienestar que produce la vida autorregulada. Para restablecer la armonía entre los sexos tiene que haber sexo femenino; para que haya encaje armónico entre la urdimbre y la trama, hay que tender primero la urdimbre. Hay que recuperar la maternidad, el espacio y el tiempo de la simbiosis primaria.

 


 

BIBLIOGRAFÍA

(1) Expresión acuñada por el arqueólogo James Mellaart (Cathal Huyuk, Nueva York, McGraw Hill, 1967, y Excavations at Hacilar Edimburgo, University Press, 1970) que ha trabajado en los sitios arqueológicos de Turquía. La excavación de Hacilar fue prohibida y paralizada definitivamente por el Gobierno inglés, “uno de los capítulos más trágicos en la historia de la arqueología” según Mellaart. Ver también la obra de Marija Gimbutas, que ha hecho un estudio al respecto en base a varios miles de piezas decoradas y talladas en la llamada ‘Vieja Europa’: Diosas y dioses de la Vieja Europa, Madrid, Istmo 1991, y El lenguaje de la diosa Oviedo, Dove 1996.
(2) De las Casas, Bartolomé. Historia de las Indias. Fondo de Cultura Económica, México, 1986 (1ª publicación 1552)
(3) Según Merelo-Barberá, J. Parirás con placer. Kairós, Barcelona, 1980.
(4) Ola Raknes “Educación económica sexual” International Journal of Sex Economy and Orgone research, vol 2, 1943.
(5) Masters, W. y Johnsons, V. Human Sexual Response. Intermédica, México 1978.
(6) Choisy, M. La guerre des sexes Publications Premièrs. Paris 1970. PG 45-47
(7) AAVV. Mamatoto: la celebración del nacimiento. Plural ediciones, Barcelona 1992.
(8) Citados en: Anderson, B.S. y Zinsser, J.P. Historia de las Mujeres: una historia propia. Crítica, Barcelona 1991.
(9) Sagan, D. Por qué las mujeres no son hombres, El País 02.08.1998
(10) Ver Museo del Oro en Santa Fe de Bogotá.
(11) El sufrimiento fetal durante el parto ha sido detectado por varios autores; por ejemplo, Konrad Stettbacher Pour quoi la souffrance? Aubier, Paris 1991.
(12) Véase estudios del Dr. Serrano Vicens y del Dr. Schebat del Hospital Universitario de París citados en Parirás con placer, así como los del propio Juan Merelo Barberá.
(13) Jacobsen, Thorkild. The Treasures of Darkness Yale Un. Press, 1976 PG 108.
(14) Pepe Rodríguez Dios nació mujer Ediciones B.,S.A., Barcelona, 1999 Pág..314.
(15) Leboyer, F. El parto: crónica de un viaje, Págs.. 244-246 Subrayados nuestros.
(16) Odent, M. El bebé es un mamífero. Mandala, Madrid, 1990.
(17) Freud llega textualmente a decir: El conocimiento de una época PRE-edípica en la mujer ha provocado en nosotros una sorpresa similar a la que, en otro campo, suscitó el descubrimiento de la civilización minoico-micénica anterior a la civilización griega. Todo, en el ámbito de la primera vinculación con la madre, me parece difícil de captar analíticamente, oscuro, remoto, sombrío, difícil de devolver a la vida, como si hubiera caído bajo una represión particularmente inexorable. Sobre la sexualidad femenina (1931), Obras completas, tomo III Pág.. 518. Madrid, Biblioteca Nueva, 1968. Citado por Silvia Tubert en Figuras de la Madre.
(18) Balint, M. La Falta Básica Paidós, Barcelona 1993 (1ª publicación: Londres y Nueva York 1979)
(19) Pepe Rodríguez, obra citada. Ver por ejemplo también, la obra del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould.
(20) Bachofen, J.J. Mitología arcaica y derecho materno. Anthropos, Barcelona, 1988. (1ª publicación, Stuttgart, 1861).
(21) Subrayamos este aspecto, porque en las versiones castellanas de Bachofen, se viene traduciendo ‘mutterlich’ (maternal), ‘muttertum’ (entorno de la madre) y ‘mutterrecht’ (derecho de la madre) por ‘matriarcado’. Sin embargo cuando Bachofen se quiere referir al ‘archos’ femenino de la transición, utiliza el término de ‘gynecocratie’.
(22) Moia, M. El no de la niñas la Sal ediciones de les dones, Barcelona, 1981
(23) Ver artículo de Paca Díaz en El Semanal del Diario La Verdad de Murcia, del 16-22 de Julio 2000, “Los Musuo, el último matriarcado”.
(24) Deleuze, G. y Guattari, F. El anti-edipo, capitalismo y esquizofrenia Paidós, Barcelona, 1985.
(25) En esto ya no hay discusión, empezando por la misma Gimbutas.
(26) Gimbutas, Mellaart, Eisler, Rodríguez etc.
(27) Sobre el matricidio, ver particularmente la obra de Victoria Sau: La maternidad: una impostura Revista Duoda, nº 6 Barcelona, 1994; El vacío de la maternidad Icaria, Barcelona 1995, entre otros.
(28) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín nº 4, Madrid, diciembre 1989.
(29) Lerner, G. La creación del Patriarcado Crítica, Barcelona, 1990.
(30) El código de Hammurabi son 282 leyes (con un prólogo y un epílogo) grabadas sobre un falo de basalto de 2,05 m., que se encuentra en el Museo del Louvre; esta leyes regulan ya un sistema de propiedad y de adopción pormenorizado. Edición de Federico Lara Peinado en Tecnos, Madrid, 1986.
(31) Sobre el origen adoptivo de la paternidad, véase por ejemplo el estudio de Assmann en el Antiguo Egipto: en Tellenbach, H. et al. L ‘imagen de père dans le mythe et l’ histoire. PUF, Paris 1983
(32) Moreno A. Pensar la historia a ras de piel ED. Tempestad, Barcelona, 1991.
(33) Ver artículo en el diario El Mundo del 1 de julio 2000 de Myriam López Blanco: “¿Debería ser opcional la menstruación?”


* Como temática complementaria a la expuesta por Casilda Rodrigañez en este artículo, te proponemos el visionado de esta entrevista a Jean Liedloff, autora del celebre libro "El concepto de continuum."