91. Arte sagrado en el inframundo

    * “Las obras creadas con fines estéticos deberían representarse en lugares donde puedan contemplarse fácilmente. Pero en las cavernas prehistóricas ocurre lo contrario. Estas poseen incomodidad física, peligros y tensión que implica acceder a esas representaciones. Estas pinturas se produjeron con una falta casi total de luz, (lámpara en piedra y alimentada con grasa animal). Las pinturas neolíticas, las ejecutadas en las Edades del Bronce y del Hierro, están a la luz del día, en espacios poco profundos. En cambio, las paleolíticas, jamás vieron la luz del sol. […]

    El carácter sagrado y mágico de todo este arte está confirmado por los lugares oscuros y de difícil acceso, el hecho de que la vida de los pobladores no se desarrollara nunca en la proximidad de dichas pinturas sino cerca de la entrada, y que en muchos casos las cuevas pintadas no sirvieran nunca de abrigo para el uso cotidiano de estos hombres.” Julieta Sepich, “Las ideas religiosas de los pueblos prehistóricos y sus representaciones”

 

    * “A mi modo de ver, no existe un enigma arqueológico mayor que el arte subterráneo de la Europa Occidental del Paleolítico Superior. Todo aquel que se ha agachado y se ha arrastrado bajo tierra a lo largo de un estrecho pasaje completamente oscuro durante más de un kilómetro, se ha deslizado por bancos de fango y ha vadeado oscuros lagos y ríos ocultos para enfrentarse, al final de tan arriesgado viaje, con una pintura de un mamut lanudo extinguido o de un poderoso bisonte encorvado, jamás volverá a ser el mismo. Cubierto de barro y exhausto, el explorador estará contemplando la ilimitada terra incognita de la mente humana.” D. Lewis-Williams, “La mente en la caverna”

 

    * “Todas estas cuevas paleolíticas, magníficamente decoradas, fueron protegidas por un acceso muy difícil. Al trasladarse de la luz del día a una completa oscuridad, resulta imposible no sentir un escalofrío de temor y sobrecogimiento cuando se recorre el mismo camino hacia el corazón de la tierra que la gente realizaba hace 30.000 años. Ellos únicamente contaban con lámparas de piedra hueca, con mechas de ramitas de enebro, y aceite de grasa animal para alumbrarse. ¿De dónde sacaron la valentía para deslizarse y arrastrase por estrechos pasajes laberínticos, respirando entrecortadamente, recorriendo cavernas lo suficientemente amplias como para contener una catedral, hasta el santuario que se hallaba al fondo?

    Seguir el tortuoso sendero que lleva al santuario, o descender a una caverna-útero enorme, tiene todas las características de una iniciación tribal del tipo que algunas tribus contemporáneas aún practican. La visión que en Lascaux uno se encuentra al final de este viaje, se experimentó seguramente como un segundo nacimiento a una nueva dimensión.” Anne Baring y J. Cashford, “El mito de la diosa”