107. El lingam y la sexualidad sagrada

    * “Katheríne Mayo, en Mother India, escribió en 1927: Shiva, una de las divinidades del panteón hindú, está representado en todas partes, a lo largo de los caminos, en pequeños altares, en los templos, en los oratorios de las casas indias o en los amuletos personales. Cada día, a través de la imagen del órgano de la generación, es adorado por sus devotos. El lingam además es el único elemento común a prácticamente todos los templos hindúes, el único también que puede ser mirado y tocado por cualquiera, sin importar su religión, su secta o su casta. […]

    En 1670, un individuo llamado Stravorinus, capitán de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, se indignaba por ello: Aquí y allí, hay representaciones de una divinidad que adoran bajo el nombre de lingam. Es el culto más escandaloso entre todas las abominaciones que la superstición humana ha multiplicado en la superficie de la Tierra... […]

    Para el tantra, el lingam es el conjunto formado por el órgano masculino engastado en el sexo femenino (yoni), y no sólo el falo […] En la India, el origen del culto del Lingam se remonta a la prehistoria, a los antiguos ritos sexuales de fecundidad, al culto de la Gran Diosa. Los hombres y las mujeres se uní-an cerca de los campos, y los acoplamientos colectivos se consideraban beneficiosos para aumentar, por contagio, la fecundidad de la tierra: seguramente era menos tóxico que nuestros pesticidas... Luego se levantaban piedras para invocar a las fuerzas creadoras, piedras que todavía están allí... […] A primera vista el lingam parece ser un símbolo falocrático; sin embargo, cuando el órgano masculino se pone erecto, ¡es a causa de la mujer! Según un dicho tántrico, Shiva sin Shakti sólo es un shava, un cadáver. […] Los tántricos sienten que la eyaculación es el momento procreador por excelencia, cuando la energía femenina se apodera del esperma para suscitar una nueva vida. Para ellos, todo acto creador va acompañado de goce y la creación resulta de una unión cósmica permanente y orgiástica, que proseguirá hasta el fin de los tiempos: cada galaxia es el fruto de un orgasmo cósmico. […]

    Para el tantra, la libido cósmica (¡que Freud se alegre en su tumba!) es el dinamismo fundamental de la creación: el universo nace del deseo, como todo ser viviente. Deseo y goce acompañan a todo acto verdaderamente creador. En los ritos sexuales del tantra, todo se organiza para despertar el deseo, para crear situaciones eróticas intensas, para acceder así a la felicidad, al éxtasis, por una unión concreta ritualizada, sacralizada. […] Todo esto supone una visión diferente de la ordinaria, que considera que el goce y lo espiritual son incompatibles. La potencia física y mental se adquiere controlando el sexo, ritualizándolo y no reprimiéndolo. Los órganos que intervienen (Lingam y yoni) son la expresión visible del poder creador.” Andre Van Lysebeth, “Tantra. El culto de lo femenino”