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4. El árbol sagrado

    * “Veinte años y un día tardó el sabio druida en transmitir su conocimiento al joven aprendiz. Alrededor de viejos bosques, hogueras de todas las leñas y árboles corpulentos, desde la cima de altas montañas y lo más profundo de los barrancos, mostró todos los misterios de los siembrabosques y de todo lo que respira o contiene la respiración sobre la tierra. El aprendiz de druida era ya, al fin, un verdadero druida y aquel mismo día le fue entregada su vara de cornejo. […]

    El sabio druida continuó diciendo que los árboles son los seres más importantes para la Tierra: Desprenden oxígeno y sabiduría, son silenciosos y discretos pero tremendamente eficaces. Son los pilares de la vida, ellos alimentan, sostienen y albergan. Hacen aire puro y respirable y el viento canta en su follaje de puro deleite. Hacen tierra nueva y viva y la contienen para que el aire y el agua no la disgreguen. Hacen manar manantiales, arroyos y ríos. Llaman al agua del cielo para que se pose suavemente como una bendición sobre la tierra, y tienden su fruto sin preocuparse de quién habrá de recogerlo. Los árboles son nuestro verdadero hogar y a ellos os dirigiréis siempre como amigos y maestros, pues la labor que realizan es esencial para nosotros y nuestro mundo.” Ignacio Abella, “La memoria del bosque”

 

    * “La elección de los árboles que nos servirán de guía se hace a través del corazón y la intuición. En ocasiones, se produce un reconocimiento instantáneo por ambas partes y surge el flechazo; otras veces nos dejamos llevar por una especie de llamada o invitación, o por un simple sentimiento de simpatía. […] Cuando un árbol llega a alcanzar cierta edad y dimensiones, cuando los años son incontables y dice el abuelo que ya lo conoció así, cuando sentimos al dar una vuelta alrededor de su tronco una especie de invitación para sentarnos y gozar de la calma y serenidad que transmite, de seguro que nos encontramos ante un ser sagrado, tan integrado y notable en el paisaje como la montaña y la roca.

    La consciencia individual que alcanzan estos seres les acerca en cierto modo al género humano, pero ellos no pierden la conexión con el Todo: permanecen arraigados e íntimamente unidos al mundo, del mismo modo que una célula individual está integrada en un organismo. […]

    La fuerza que genera en nosotros este enlace no se manifiesta, tanto, como podría pensarse, en un gran vigor físico o euforia, como en una peculiar calma regeneradora. Nos ayuda a recuperar el equilibrio, la serenidad y sensibilidad. Nos hace más fluidos y restaura en definitiva la salud, modificando el ritmo y nivel físico, emocional y mental. Es como si conectáramos en otra red de energía, en símil eléctrico, de mayor potencia y más baja frecuencia. La mera cercanía a uno de estos santuarios silvestres nos sumerge en su aura intemporal, en la parsimonia y sabidu-ría de la Madre Tierra.” Ignacio Abella, “La magia de los árboles”