61. El vínculo humano-animal

    * “La diferencia más llamativa entre la sensibilidad paleolítica y la contemporánea descansa en la reverencia que estos pueblos primitivos sentían hacia los animales. En el comienzo de la tradición judía y cristiana, a los seres humanos se les decía:

    Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal que repta sobre la tierra (Génesis 1, 28).

    Semejante aislamiento de la tierra y del animal, pájaro o mundo marino, hubiese sido considerado sacrílego en el paleolítico. Allí, los animales eran seres sagrados, maestros de las leyes fundamentales a las que ambos, el humano y el animal, se sometían.” Anne Baring y Jules Cashford, “El mito de la Diosa”

 

    * “El hombre moderno civilizado, es decir, el habitante de las ciudades, ha perdido uno de los vínculos más enriquecedores con lo que no es él, ni es su obra: el vínculo con el animal. Al mismo tiempo, ha perdido su disposición de asombro, de admiración y de reverencia ante el mundo natural y, con ello, su humildad y su religiosidad.

    De este modo, ha enajenado una de las dimensiones más profundas de su propio ser. Pero para los humanos antiguos y para nuestros contemporáneos que culturalmente se mantienen al margen de las grandes corrientes de la civilización, con frecuencia denominados primitivos, salvajes o ágrafos, la vivencia del mundo circundante plagado de misterios y de fuerzas sobrehumanas, es generalmente una experiencia religiosa, en la cual, voluntades y poderes divinos se manifiestan y actúan sobre el mundo en forma de seres diversos. Entre estos seres, los animales tienen un papel destacado porque son poseedores de una fuerza vital y un poder físico que sobrepasan a los humanos, como volar, tener garras, sobrevivir bajo el agua, etcétera; en especial algunos animales, como los grandes felinos, los osos, los venados, los bovinos, las aves y los reptiles.

    Los animales son, así, misteriosos, admirables y temibles, por lo que se ubican dentro del ámbito de lo divino, ya sea como deidades, como representantes o manifestaciones de las mismas, o como símbolos de diversas ideas. Pero al mismo tiempo, entre todos los entes de la naturaleza los animales son los más semejantes al ser humano, tanto en sus formas como en sus comportamientos biológicos; además son seres expresivos que abren la posibilidad de una comunicación estrecha con ellos, y así se establecen lazos no sólo de dominio o de sumisión, que resultan, entre otras cosas, de una lucha natural por la supervivencia, sino también de amistad, de amor, de consubstancialidad y hasta de parentesco.

    Por estos lazos, los animales son también demiurgos entre los humanos y lo Otro, aquello que es lo más lejano y extraño: los misterios de los cielos, del inframundo, de la vida y de la muerte”. Mercedes de la Garza, “Los animales y lo divino”