* “Sentían una honda emoción al observar cómo crecían, morían y se regeneraban los seres vivos; al ver y sentir los ciclos lunares, el paso del invierno a la primavera, la misteriosa potencia de reproducción de ciertos animales. Pusieron como ejemplo la luna. Menguante, creciente, luna llena, luna nueva: he ahí el ejemplo más claro del incesante ciclo que observaban en el universo. Y, como símbolo o figuración suprema de esa energía vital telúrica de la naturaleza en su totalidad, se imaginaron a una Señora Creadora de vida, a la Diosa dueña de la vida y de la muerte. […] La energía vital del cosmos, además de en la cualidad hembra-madre de la mujer, se reflejaba también en la extraordinaria fuerza fecundadora atribuida a ciertos animales (ciervo, toro, macho cabrío, verraco, carnero, sapo...) o en el asombroso poder de regeneración de otros animales o plantas (la mariposa que surge de la oruga, la serpiente, el árbol...). […] En una palabra, aquellas gentes admiraban e investigaban el gran misterio de la vida, y querían garantizar a toda costa su continuidad.” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”
* “La razón del gran número y variedad de las imágenes existentes está en el hecho de que este simbolismo es lunar y clónico, construido en torno a la suposición de que la vida en la tierra es una transformación eterna, un cambio constante y rítmico entre creación y destrucción, nacimiento y muerte. Las tres fases lunares se resumen en deidades trinitarias o de función trivalente que recuerdan a dichas fases lunares: doncella, ninfa y bruja; […]
El concepto de regeneración y renovación es, quizás, el tema más sobresaliente y dramático que percibimos en todo este simbolismo. Parece más apropiado ver a todas estas imágenes de diosas como distintos aspectos o advocaciones de una Gran Diosa con sus funciones esenciales: donante de vida, portadora de la muerte, de la regeneración y de la renovación. La analogía más obvia estaría en la propia Naturaleza; a través de la multiplicidad de fenómenos y continuos ciclos que en ella se producen, se reconoce la unidad fundamental que subyace en ella misma. La Diosa es inmanente más que trascendente y, por tanto, se manifiesta de una forma física. […]
Un tratado inglés de herbología, del siglo XII, incluye una oración que se dirige a la Diosa en los términos siguientes:
Divina Diosa, Madre Naturaleza, que regeneras todas las cosas y traes de nuevo el sol que tú has dado a los pueblos; guardiana del cielo y el mar, de todos los Dioses y poderes; mediante tu influencia, toda la naturaleza se aquieta y se hunde en un sueño…
Y de nuevo, cuando te place, nos envías la alegre luz del día y nutres la vida con tu seguridad eterna; y cuando el ser humano muere, su espíritu a ti regresa. En verdad eres llamada justamente Gran Madre de los Dioses.” Marija Gimbutas, “El lenguaje de la Diosa”