*“Los cuchillos, azagayas y otros instrumentos de piedra que fabrican los arunta son del mismo orden que los que han sido excavados en yacimientos prehistóricos de la Edad de Piedra. Los aborígenes arrojan sus azagayas por medio del antiguo propulsor que aumenta la palanca del brazo. […] El uso del propulsor se complementa con el del boomerang, que para que regrese a las manos del cazador debe tener una superficie casi plana y otra convexa (efecto giroscopio).
[…] Las mujeres trabajan con su bastón escarbador, buscando raíces y pequeños animales como lagartos y marsupiales inferiores. Los hombres, armados de propulsores, azagayas y bumeranes, cazan los canguros y la especie de avestruz llamada emú. Unos movimientos absolutamente silenciosos y una infinita paciencia son indispensables al cazador, ya que pocos de ellos pueden matar o inmovilizar un animal de algún tamaño, a más de veinte metros, aunque sea con la ayuda del propulsor. Los cazadores son famosos por su resistencia y su habilidad en encontrar los más pequeños rastros en la arena o la arcilla y su memoria de los detalles geográficos es asombrosa. […]
Estando siempre en movimiento, el arunta tiene que limitar sus pertenencias a un mínimo. No hay ningún pueblo en el mundo que posea objetos que pesen menos que los suyos. El cabeza de familia transporta un equipaje de ocho a diez kilos, consistente en azagayas, propulsores, una bolsa, uno o dos bumeranes, un estrecho escudo de madera para defenderse contra posibles enemigos, un palo arrojadizo, un cinturón y un hacha de piedra. El propulsor y el escudo sirven también para encender el fuego. […] Frota el propulsor repetidamente sobre el escudo hasta que el serrín empieza a inflamarse y entonces sopla para producir la llama.
Las mujeres, encargadas de la recolección y confección de la comida, llevan un equipo de unos cinco o seis kilos: un palo agudo para excavar, un alargado recipiente hueco de madera, un rollo de piel, una vasija de corteza para agua, una pala para el fuego, un achicador de agua y una bolsa de red. […]
A las cuevas y grietas donde se guarda todo el material religioso sólo es posible aproximarse según ritual debido. El anciano arroja un puñado de palitos, piedras y agujas de pino en dirección de la cueva para advertir a los espíritus que los humanos se acercan. No debe matarse ningún animal por la cercanía, porque es el lugar donde la vida de cada hombre del grupo totémico tuvo su origen. Ha sido el hogar espiritual desde el instante en que su Madre pasó por allá cerca y el espíritu totémico penetró en su matriz. Todo hombre sabe que los ritos propiciatorios qué tienden hacia el éxito en la caza (y por consiguiente a la preservación de la vida) deben su eficacia a la fuerza sagrada que reside allí.” Edward Weyer, “Pueblos primitivos de hoy”