62. El Señor de los Animales salvajes

    * “Las trazas más antiguas de la poderosa religión del Gran Astado, que floreció a través de las tierras de Eurasia antes de que comenzara la historia, se localizan principalmente en las pinturas rupestres del período Paleolítico (Les Trois Freres). […] dador de la muerte y de la fuerza vital, representado como un hombre astado, es probablemente la concepción más temprana de la Divinidad, junto a la iconografía de la Madre Suprema, que cristalizó en las profundidades de la psique prehistórica.

    El Gran Dios era el Cazador Divino que permitía a sus fieles la caza, que propiciaba y otorgaba buena suerte a los creyentes que perseguían las manadas de bisontes salvajes, ciervos y cabras. Para estos cazadores prehistóricos, el Dios de Dos Cuernos era la encarnación del Dador de Vida y Muerte, el implacable y poderoso poder que dominaba sobre las praderas. […]

    Sin embargo, el Maestro nunca fue una simple deidad de la caza, ya que encarnaba los diferentes estados de trance del espíritu y los éxtasis mágicos cultivados entre los tempranos chamanes del Pleistoceno. […] Dentro de la imagen del Antiguo Señor, el Dios y la Bestia están unificados, y esta bi-unidad trascendental se expresa a través del signo de los cuernos, siendo el ejemplo del perfecto Hechicero dentro de la Antigua Religión.” Nigel Jackson, “Masks of Misrule: Horned God and his cult in Europe”

 

    * “Según Ad. E. Jensen, entre los primitivos pueblos cazado­res existe un ser que se venera como Señor y pro­tector de los animales salvajes y como auxiliar del hombre en la caza. […] El chamán del pueblo cazador debe rogar al señor de los animales que pro­porcione caza suficiente. El Señor de los Animales ordena entonces que para cazar sean observadas algunas prescripciones y concede a los cazadores un número determinado de animales. […] Si se matan ani­males a la ligera, se comete un sacrilegio contra este señor divino, que tiene a los animales bajo su protec­ción en el interior de la tierra y conoce su número. Así pues, el Señor de los Anima­les despliega tres actividades:

 

1ª Protege a los animales de caza.

2ª Los encamina hacia los cazadores.

3ª Determina los preceptos que regulan la relación entre el cazador y el animal, im­pidiendo así la matanza ilimitada y po­sibilitando que haya siempre animales para cazar.

   

    El hombre acepta estas reglas con un sentimiento religioso. Vulnerarlas equivale a irritar a la divinidad. Los mismos rasgos del Señor de los Animales vuelven a repetirse en todas las culturas primitivas. Nor­malmente, antes de salir de caza o pesca, la gente invoca al respectivo Señor de los Animales, el cual hace a veces pagar con ofrendas los animales que han de reco­gerse.” Juan Cruz, “Religiosidad de la gastronomía primitiva”